Este artículo analiza el papel de la Iglesia a lo largo de la historia en su relación con el poder, destacando su capacidad para adaptarse a diferentes regímenes, desde las dictaduras militares en Argentina hasta el contexto democrático actual. El texto critica la hipocresía de la institución religiosa en su manejo de la pobreza y la corrupción interna, poniendo en cuestión su verdadera preocupación por los sectores vulnerables. ¿La Hipocresía de la Iglesia es evidente o nos hacemos los distraidos?
A lo largo de la historia, la Iglesia Católica ha demostrado una habilidad excepcional para acomodarse al poder, sin importar la ideología o las consecuencias para la población. Desde los tiempos coloniales, cuando consolidó el imperio español en América Latina, hasta hoy, siempre ha buscado estar del lado que le garantice privilegios y protección. Durante las dictaduras militares en Argentina, altos miembros de la Iglesia guardaron silencio mientras el régimen desaparecía personas. Además, su rol cómplice en el genocidio indígena y la evangelización forzada eliminó culturas enteras.
Hoy, en un contexto democrático, la Iglesia sigue con la misma lógica oportunista. Obispos emiten discursos sobre la pobreza, como el reciente en Jujuy, donde se lamentó que siete de cada diez niños en Argentina son pobres. Sin embargo, se omite que la Iglesia ha sido un actor favorecido en cada gobierno, acumulando riqueza a través de subsidios y propiedades.
La pregunta es inevitable: si la Iglesia está tan preocupada por los pobres, ¿por qué no usa su patrimonio para aliviar la pobreza? ¿Por qué no vende propiedades millonarias o destina fondos a proyectos de desarrollo en zonas desfavorecidas? La crítica desde una posición de privilegio resulta vacía cuando no hay acciones concretas detrás.
Además, la Iglesia rara vez hace una autocrítica seria. Los escándalos de abuso sexual a menores han sacudido la institución a nivel mundial, y Argentina no ha sido la excepción. En lugar de asumir responsabilidades, la jerarquía eclesiástica ha preferido encubrir y minimizar las consecuencias.
La hipocresía es evidente: critican la pobreza y la desigualdad mientras acumulan riqueza y viven en el lujo. Señalan las fallas de los demás sin reconocer los escándalos y abusos en su propio seno. La Iglesia sigue siendo una de las instituciones más poderosas de Argentina, no por su espiritualidad, sino por su habilidad para acomodarse al poder.
La verdadera pregunta es: ¿hasta cuándo vamos a seguir permitiendo que una institución que se presenta como moralmente superior critique las injusticias que ella misma perpetúa? Si la Iglesia realmente quiere ser un actor de cambio, debe comenzar con una autocrítica sincera y despojarse de sus privilegios.
Descubre más desde Buen Dia Jujuy
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.